Vocería de los Pueblos de la Revuelta Popular a la Constituyente: Estamos ante un nuevo ciclo histórico en Chile

  • por OPLAS
Andrés Kogan Valderrama OPLAS

Declaración de 34 Constituyentes de Chile:

Estamos ante un nuevo ciclo histórico en Chile. Este cambio, así como el proceso constituyente que lo acompaña, no se lo debemos a nadie más que a la fuerza ineludible y desbordante con que nos hemos levantado como pueblos. Hemos impugnado a los responsables políticos de la precarización de la vida, a la vez que nos hemos propuesto combatir la devastación de territorios y la criminalización de nuestras luchas por más de 30, 47, 500 años. Tras el salto al torniquete de secundarias y secundarios y ante un gobierno que nos declaraba la guerra y apuntaba sus armas a nuestros ojos, salimos en cada rincón del país y perdimos, al fin, el miedo.

A más de un año de ese acontecimiento vamos a terminar con la constitución de Pinochet. Encaramos el primer proceso constituyente con participación popular de nuestra historia, y el primero en el mundo en contar con un órgano paritario.

Como constituyentes portadoras y portadores de mandatos colectivos que provienen de territorios, movimientos y organizaciones sociales, manifestamos nuestro compromiso democrático con el ejercicio soberano de los pueblos. Pusimos el pie en el portal para ingresar a raudales a la Convención y no permitiremos que tras de nosotras y nosotros se cierre la puerta. Nos llamamos a hacer efectiva la soberanía popular de la constituyente, expresada tanto en el reglamento como en las normativas que debe darse, sin subordinarnos a un Acuerdo por la Paz que nunca suscribieron los pueblos. Lo afirmamos también respecto de toda la institucionalidad de nuestro país, que habrá de someterse al fin a la deliberación popular.

Nos llamamos a sacudir, una vez más, la pesada normalidad con la que se pretenden imponer condiciones políticas antidemocráticas para el desarrollo de este proceso. Los pueblos movilizados lo hemos dicho con plena claridad: la normalidad siempre fue el problema. Hoy tenemos ante nosotras y nosotros la tarea de hacer palpable el carácter extraordinario de los acontecimientos políticos en curso, consolidando las condiciones de este nuevo ciclo político en Chile.

Las condiciones para este nuevo ciclo han de marcar un quiebre con la continuidad de las violencias de Estado que hemos enfrentado. A continuación presentamos los 6 llamados de esta articulación, que se propone ser una Vocería de los Pueblos por un nuevo Chile:

1. LIBERTAD: Poner fin a la prisión política en Chile, liberando todas las y los presos de la revuelta y mapuche.

2. VERDAD Y JUSTICIA: Fin a los pactos de secreto y la total impunidad por la violación sistemática de los derechos humanos de ayer y hoy, contra luchadores sociales de todas las generaciones. No podemos continuar un proceso constituyente sin iniciar un proceso de responsabilidad política y material por el Terrorismo de Estado que hemos sufrido.

3. REPARACIÓN: Debe iniciarse un proceso general de reconocimiento y reparación a todas las miles de víctimas de violaciones a los derechos humanos, particularmente respecto de la violencia política sexual. Asimismo, afirmamos que debe ponerse freno a la devastación socioambiental y a todos los proyectos que hoy pretenden profundizarla, iniciando un camino para restituir la naturaleza de la que somos parte.

4. DESMILITARIZACIÓN: La continuidad de las violencias coloniales persisten en la militarización de Wallmapu/la Araucanía y la persecución de hermanas y hermanos mapuche. Abrir paso a un Estado Plurinacional ha de comenzar con poner fin a la ocupación del Estado sobre territorios mapuche. Junto a ello, exigimos el fin de la militarización actual que viste de medida sanitaria un despliegue exclusivamente autoritario y represivo, mientras la pandemia no hace más que agravarse cada día.

5. NO+ EXPULSIONES: Mientras la crisis y la pandemia arrecia como resultado de su gestión criminal, el gobierno ha fortalecido sus políticas de expulsión, persecución y criminalización de personas migrantes. Exigimos que se suspendan todas las expulsiones ilegales que han afectado ya a decenas de familias.

6. SOBERANÍA: El poder constituyente originario es un poder plenamente autónomo que se establece para reordenar el cuerpo político de una sociedad, teniendo como límites el respeto de los derechos fundamentales. En consecuencia, el proceso abierto por los pueblos no puede ser limitado a la redacción de una nueva constitución bajo reglas inamovibles, sino que debe ser expresivo de la voluntad popular, reafirmando su carácter constituyente sostenido en la amplia deliberación popular y la movilización social dentro y fuera de la convención. En esta misma línea, rechazamos la suma urgencia puesta sobre el TPP-11 y toda medida tendiente a intentar limitar de antemano la posibilidad de ejercicio del poder constituyente de este proceso.

Estos seis puntos son el principio de una política de dignidad que pone por delante la vida de las mayorías y el deseo popular de transformarlas en lo más profundo.

Las y los constituyentes abajo firmantes, independientes de los partidos tradicionales, del poder económico y eclesiástico, suscribimos este pronunciamiento y nos hacemos parte de una vocería constituyente de los pueblos.

Natividad Llanquileo Pilquimán, constituyente Mapuche
Elisa Loncon Antileo, constituyente Mapuche
Rosa Catrileo Arias, constituyente Mapuche
Eric Chinga, constituyente pueblo Diaguita
Luis Alberto Jiménez Cáceres, constituyente Aymara
Isabel Godoy Monárdez, constituyente pueblo Colla
Dayana Gonzalez, Distrito 3, Lista del Pueblo
Cristina Dorador Ortiz, Distrito 3, Movimiento Independientes del Norte
Constanza San Juan Standen, Distrito 4, Asamblea Constituyente Atacama
Daniel Bravo Silva, Distrito 5, Lista del Pueblo – Movimiento Territorial Constituyente
Ivanna Olivares , Distrito 5, Anamuri – Movimiento Territorial Constituyente – Modatima – Lista del Pueblo
Janis Meneses Palma, Distrito 6, Coordinadora Movimientos Sociales
Carolina Vilches, Distrito 6, Modatima
Cristobal Andrade, Distrito 6, Lista del Pueblo
Lisette Vergara, Distrito 6, Lista del Pueblo
Camila Zárate, Distrito 7, Lista del Pueblo
Marco Arellano, Distrito 8, Lista del Pueblo
Maria Rivera, Distrito 8, Lista del Pueblo – MIT
Alejandra Pérez Espina, Distrito 9, Lista del Pueblo
Alondra Carrillo Vidal, Distrito 12, Voces Constituyentes – CF8M
Rodrigo Rojas Vade, Distrito 13, Lista del Pueblo
Francisco Camaño Rojas Distrito 14, Asamblea Territorial del Maipo
Loreto Vallejos Dávila, Distrito 15, Lista del Pueblo
María Elisa Quinteros Cáceres, Distrito 17, Asamblea Popular por la Dignidad
Elsa Labraña Pino, Distrito 17, Lista del Pueblo
Francisca Arauna Urrutia, Distrito 18, Lista del Pueblo Maule Sur
Fernando Salinas, Distrito 18, Lista del Pueblo Maule Sur
César Uribe Araya, distrito 19, Fuerza Social de Ñuble, Lista del Pueblo
Bastián Labbe Salazar, Distrito 20, Asamblea Popular Constituyente
Vanessa Hoppe Espoz, Distrito 21, Coordinadora Nahuelbuta Biobío Constituyente
Manuela Royo, Distrito 23, Modatima
Adriana Ampuero, Distrito 26, Red de Organizaciones Territoriales y Asambleas de Chiloé
Elisa Giustinianovich, Distrito 28, Coordinadora Social Magallanes
Manuel Woldarsky, D10, Lista del Pueblo

Fuente: https://www.eldesconcierto.cl/nacional/2021/06/08/voceria-de-los-pueblos-34-constituyentes-plantean-garantias-para-el-proceso-sin-subordinarnos-al-acuerdo-del-15-de-noviembre.html

 

Andrés Kogan Valderrama: La libertad negacionista de la derecha nacional-libertaria

  • por OPLAS
OPLAS Andrés Kogan Valderrama

A propósito de las distintas protestas en el mundo en contra del uso obligatorio de mascarillas, se realizará una lectura política de un proceso que va más allá de la acción de un grupo de creyentes de teorías conspirativas, siendo más bien una ideología negacionista de ciertos sectores de ultraderecha cada vez más presentes en Europa, Estados Unidos y América Latina, los cuales plantean un discurso fundamentalista de carácter nacional-libertario.
Un discurso nacional-libertario que pone a la familia tradicional, la patria, la propiedad privada y la libertad de consumo como ámbitos de la civilización occidental, la cual desde esta mirada, estaría en peligro, ante una agenda global impuesta por grandes organismos internacionales, los cuales estarían subordinados a China.

Es lo planteado por personas como Donald Trump, Jordan Peterson, Ben Shapiro, Milo Yiannopoulos, Hans-Hermann Hoppe, Richard Spencer y Steve Bannon, quienes señalan que nos encontramos en un mundo amenazado por el globalismo y el marxismo cultural, los cuales estarían obligando a los gobiernos a aprobar pactos y tratados internacionales en distintos ámbitos (medioambiental, laboral, migratorio, diversidad sexual, género, étnico).

Por esto, que esta ultra derecha está en una verdadera cruzada contra todo lo que sea asociado a miradas más progresistas, como es el caso de apoyar la equidad de género, la reducción de emisiones de CO2, el reconocimiento de pueblos indígenas, la despenalización del aborto, la despenalización de la marihuana, el matrimonio igualitario, ley de identidad de género, etc.

En otras palabras, para esta ideología, sólo es deseable un Estado-Nación mínimo y con fronteras cerradas para la inmigración, el cual únicamente debe dedicarse a garantizar una igualdad ante la ley meramente formal y que su centro esté puesto en defender los derechos de propiedad, negando así cualquier otro tipo de derecho para las personas y comunidades.

En consecuencia, para este discurso nacional-libertario, todo lo que cuestione mínimamente el orden patriarcal, colonial y capitalista, a través de ciertas políticas públicas (impuestos, aumento de gasto público), es considerado de izquierda o comunista, aunque sea en la práctica un mero reformismo liberal.

De ahí que tilden de izquierdista tanto a la CNN, al Banco Mundial, a Naciones Unidas e incluso a gobiernos de derecha en el mundo, por el solo hecho de impulsar políticas mínimas de inclusión y no discriminación. La idea de cuestionar el discurso políticamente correcto, ha llevado al extremo a estos grupos de ultraderecha de instalar la idea de que mega empresarios y gobernantes del establishment como Bill Gates, George Soros, Emmanuel Macron, Mauricio Macri, Sebastián Piñera, son meros agentes del globalismo.

En consecuencia, son unos fervientes negadores del clasismo, racismo, androcentrismo y ecocidio imperante, el cual en este contexto de pandemia, evidencia un nuevo negacionismo de corte sanitario, al tildar de globalista a organismos como la OMS, por ser supuestamente parte de un plan para destruir a occidente, a través de las medidas que están implementando los distintos gobiernos para reducir las muertes y contagios por el Covid-19.

No obstante, lo que más llama más la atención de este discurso de ultra derecha, es su colonización de la noción misma de libertario. Así como Adolf Hitler se apropió de la noción de socialismo para formar una ideología supremacista blanca de carácter nacional-socialista desde el estado, ahora estos sectores nacional-libertarios hacen exactamente lo mismo, solo que desde un patriotismo de mercado.

La idea de anarcocapitalismo por ejemplo, es una muestra más de cómo la ultraderecha actual instrumentaliza miradas que lo que buscan originalmente es cuestionar el autoritarismo estatal y construir mundos alternativos, y no negarlos como ellos lo hacen. Es como plantear la idea absurda de un anarcocolonialismo o un anarcosexismo, ya que lo que termina haciendo finalmente es confundir y profundizar miradas racistas y machistas.

La necesidad por tanto de seguir desarmando este discurso nacional-libertario se hace importante, sobre todo en América Latina, en donde han aparecido varios exponentes de él a nivel político e intelectual (Jair Bolsonaro, José Antonio Kast, Axel Kaiser, Alfredo Olmedo, Agustín Laje, Javier Milei, Nicolás Márquez, Vannesa Vallejo, Gloria Álvarez, Sara Winter, Jesús Huerta de Soto) quienes están aprovechando la incertidumbre actual con la pandemia, para introducir un discurso de odio que no debiera tomarse a la ligera.

Andrés Kogan Valderrama
Sociólogo / Director Observatorio Plurinacional de Aguas

John Holloway: Coronacrisis

OPLAS KOGAN VALDERRAMA

¿Cómo entenderla? ¿Cómo entender la crisis en el contexto que hemos estado desarrollando, es decir desde la perspectiva del carácter cada vez más ficticio de la acumulación capitalista? ¿Cómo entender las posibilidades políticas de la situación actual? Es un momento privilegiado de terror y de esperanza que hay que pensar.

El texto corresponde a dos sesiones del curso «La Tormenta III 2020» dictado por Holloway en el posgrado de Sociología de la Universidad de Puebla (ICSYH – BUAP) y publicados originalmente en el sitio comunizar.com.ar

CORONACRISIS I

Hay, tal vez, tres líneas que nos ayudan a pensar la emergencia actual en el contexto de la tormenta. En las discusiones oficiales no se conecta la pandemia con el capital: se tiende a presentarla como un “acto de fuerza mayor”, como una amenaza que viene de afuera. Las críticas, por su parte, enfatizan la continuidad entre la pandemia y el desarrollo del capital.

Las tres líneas críticas más relevantes me parecen:
• Destrucción de la naturaleza
• Intensificación de la vigilancia estatal
• Ficcionalización del capital

Destrucción de la naturaleza

El coronavirus no surge de la nada. Surge más bien de la destrucción de la relación entre humanos y otras formas de vida. La urbanización, la industrialización del campo, el cambio climático, la deforestación, la pérdida de biodiversidad, el agotamiento del agua: todos estos cambios tienen un efecto profundo en los hábitats y las condiciones de vida de los animales silvestres. Esto facilita la transmisión de virus de esos animales a los humanos (y al revés). Si la destrucción capitalista sigue, es muy posible que el coronavirus esté anunciando una época de pandemias con consecuencias impredecibles. Como dice Antonio Tenorio, un experto en virus: “La aparición de infecciones va en aumento y su contagio es cada vez más rápido. Las razones están asociadas al desarrollo de una economía de sobreexplotación de recursos. Algunos ejemplos que lo explican sería la propia deforestación y el cambio climático que hace que los animales silvestres se acerquen a las poblaciones. También la manipulación de animales silvestres para comerlos, o extraer sus cuernos, etcétera. El hacinamiento de animales en las granjas―gripe aviar, peste porcina…―el caso de las vacas locas por haberles dado restos de vacas muertas como alimento…”

Según dice Michael Roberts: “A principios de 2018, durante una reunión en la Organización Mundial de la Salud en Ginebra, un grupo de expertos (el Plan de I + D ) acuñó el término «Enfermedad X»: predijeron que la próxima pandemia sería causada por un nuevo patógeno desconocido que no había entrado todavía en la población humana. La enfermedad X probablemente resultaría de un virus originado en animales y surgiría en algún lugar del planeta donde el desarrollo económico pone en contacto a personas y vida silvestre. Más recientemente, en septiembre pasado, la ONU publicó un informe advirtiendo que existe una «amenaza muy real» de una pandemia que arrase el planeta y mate hasta 80 millones de personas. Un patógeno mortal, propagado por el aire en todo el mundo, según el informe, podría acabar con casi el 5 por ciento de la economía mundial.” (Michael Roberts, 6 de abril 2020).

Intensificación de la vigilancia estatal

En casi todos los países, la regulación estatal de los movimientos de los habitantes de sus territorios ha llegado a extremos inimaginables hace tres meses. Aunque hay diferencias significativas entre los diferentes Estados, la tendencia es común a todos. Aquí también hay líneas de continuidad con el desarrollo mundial en años recientes, sobre todo en el contexto de la llamada guerra contra el terrorismo, como lo ha indicado Agamben. El control está acompañado por un fortalecimiento de poderes policiacos y militares y también por una aplicación sin precedente de software de vigilancia (ver Harari). Se puede ver como una normalización del Estado de excepción.

Ficcionalización del capital

Lo que más nos interesa en el contexto del curso es la línea de continuidad con el carácter ficticio de la acumulación del capital.

Uno. El argumento desarrollado hasta aquí entiende la situación actual del capitalismo como un impasse entre capital y humanidad. Este impasse se expresa en el carácter cada vez más ficticio de la acumulación capitalista. La mayoría de los análisis del llamado neoliberalismo lo ven más bien como triunfo del capital. La idea de un impasse enfatiza nuestra fuerza, a pesar de las apariencias, mientras que la idea del neoliberalismo tiende a presentarnos como víctimas.

Dos. El argumento del impasse se basa en el hecho de que, en los últimos cuarenta años, la reproducción capitalista está basada en la expansión constante de la deuda al nivel mundial. La acumulación aparente del capital tiene como base no solamente la producción de plusvalía sino, cada vez más, la anticipación de una plusvalía futura. Cada vez más, la reproducción del capital (y con eso la reproducción social en una sociedad capitalista) está basada en la apuesta de que el capital logrará cumplir mañana la explotación que no ha logrado cumplir hoy. (Ver el artículo de Plender para cifras recientes sobre la expansión mundial de la deuda). Esta crisis financiera tiene como base una crisis del trabajo, es decir de la abstracción y explotación de la actividad humana. En el centro del capitalismo actual está la insubordinación o no subordinación: la acumulación exige una subordinación cada vez mayor de la actividad humana al trabajo abstracto, pero el capital no la logra imponer. Nosotra/os no queremos y/o no somos capaces de subordinar nuestra actividad suficientemente a la lógica del capital. Esta falta de subordinación no depende de la organización consciente, aunque sí la organización puede jugar un papel importante. Las expectativas que tenemos de la vida (lo que Marx llama el elemento moral del salario, lo que también se podría entender como civilización) también juegan un papel.

Tres. Este impasse entre capital y humanos constituye un bloque al proceso de crisis que es característico de la acumulación del capital. El desarrollo capitalista conduce a una caída periódica de la tasa de ganancia. Para reponerse requiere una reestructuración (lo que Schumpeter llama una destrucción creativa). Pero esta reestructuración no es automática: significa una lucha fuerte para reordenar no solamente el proceso de producción sino el conjunto de las relaciones sociales.

Cuatro. La dificultad para el capital de lograr su reestructuración se hizo evidente después de la revolución rusa y la ola de luchas obreras en los años 20. Después del crac financiero de 1929 y la depresión económica que lo siguió, muchos Estados (Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, México entre muchos otros) asumieron un papel más activo en la reestructuración, postergando y administrando el proceso. Elemento central en eso fue el debilitamiento de la disciplina monetaria a través del abandono del patrón oro. La teoría que justificó esta nueva forma de intervención estatal fue la keynesiana. Sin embargo, la reestructuración que creó la base para la acumulación rápida en los años 50 y principios de los 60 no fue producto de las políticas del New Deal sino de la segunda guerra mundial con su destrucción enorme del capital, la matanza de unos 70 millones de personas y la imposición a través del fascismo y de la militarización de una nueva disciplina de trabajo. El impasse de los años 30, lo que Paul Mattick veía como “crisis permanente”, fue resuelto por la guerra. Como dice Mattick: “La muerte, el más grande de todos los keynesianos, ahora dominó el mundo una vez más”. (1978, 142)].

Cinco. Cuando surgió otra vez una crisis mundial del capital a mediados de los años 70, después de años de lucha en muchas partes del mundo (Vietnam, contra la guerra en Vietnam, luchas estudiantiles y obreras, el movimiento feminista, etc.), no se dio la misma resolución brutal de la crisis. Más bien hubo una lucha prolongada involucrando otro aflojamiento de la disciplina del dinero con el abandono del sistema de Bretton Woods en 1971, la imposición de un régimen de restricción monetaria en 1979 (el Volcker shock, el monetarismo) que duró como dos años y luego una expansión enorme y prolongada del crédito. Esta política fue acompañada por una reorganización del trabajo y el debilitamiento de los sindicatos, pero significó el establecimiento de la acumulación sobre una base cada vez más ficticia y la postergación o prolongación de la crisis.

Seis. Esta situación de impasse tiene consecuencias importantes para la acumulación del capital. El capital sufre ganancias bajas, crecimiento lento, alta volatilidad. El hecho de que la adquisición de ganancias está cada vez más alejada de la producción de plusvalía quita toda apariencia de sentido o de justificación moral al sistema, y prolifera la corrupción y la violencia. La búsqueda frenética de la ganancia aumenta la velocidad de la destrucción del ambiente natural, acelera el calentamiento global, promueve las condiciones para el brote de pandemias. También conduce a la destrucción de todo lo que no sirve a la adquisición de ganancias: los servicios de salud, por ejemplo.

Siete. La existencia de una situación de impasse no significa que la resolución de tal impasse sea imposible. Tenemos la segunda guerra mundial como ejemplo.

Ocho. La crisis financiera de 2008 no resolvió el impasse. Llevó a la imposición de políticas de austeridad en todo el mundo, afectó mucho las condiciones y oportunidades de vida de mucha gente, sobre todo jóvenes, pero las intervenciones estatales (el gasto de alrededor de 20 billones de dólares para apoyar a los bancos y restaurar la acumulación) permitieron evitar una reestructuración radical del capital. Otra vez, la reestructuración del capital fue postergada y prolongada. A través de las políticas de aflojamiento monetario (quantitative easing, QE), se buscó evitar la confrontación total que una reestructuración radical hubiera significado.

Nueve. Detrás de las intervenciones estatales (como en cualquier crisis mayor) hubo un debate, y detrás del debate hubo un miedo profundo. Un debate entre halcones y palomas, entre los que apoyan una reestructuración, sean las que sean sus consecuencias sociales y los que dicen que una reestructuración sin amortiguamiento estatal llevaría a un caos social y podría incluso amenazar la reproducción del sistema.

Diez. La crisis-y-reestructuración del capital quedó pendiente. Muchos comentaristas argumentaban que no se podía evitar por mucho tiempo, que un colapso financiero era muy probable en estos años.

CORONACRISIS II

El coronavirus surge entonces en una situación de mucha fragilidad, una situación donde la fuerza del capital estaba basada en una ficción. De repente se rompen todas las certidumbres, todas las rutinas. Se abre un mundo de oportunidades y se empieza a hablar sobre cómo va a ser el mundo después de la emergencia. Existen diferentes perspectivas.

1 – La perspectiva catastrófica

Primero, existe la probabilidad de una crisis-y-reestructuración a una escala mayor. Sin intervención estatal, ese sería el resultado seguro: la destrucción masiva de empresas pequeñas o ineficientes y de empresas grandes asociadas con formas de acumulación más tradicionales, acompañada por un auge enorme de desempleo, una caída fuerte de salarios y la muerte posiblemente de millones de personas, sobre todo pobres en las partes más pobres del mundo. El resultado sería semejante al efecto de una guerra. Podría ser una reestructuración muy efectiva del capital, eliminando capitales y trabajadores ineficientes, imponiendo una disciplina social de otra calidad, eliminando el carácter ficticio de la acumulación y estableciendo así una nueva base para la producción de plusvalía y la restauración de las ganancias. En este contexto las medidas de seguridad actuales adquieren otro significado. El fortalecimiento del Estado de excepción sería necesario para contener el descontento social.

En muchos países el Estado ha intervenido de forma muy activa, con gastos sin precedentes, para mitigar este colapso económico y social. ¿Por qué quieren evitar el colapso y la reestructuración del capital? ¿Es porque quieren asegurar el bienestar de sus pueblos? ¿Por las presiones sociales que se transmiten a través del sistema democrático y por otras vías institucionales? ¿Por miedo? ¿Qué es lo que temen? ¿El fin de la civilización como ellos la conocen? ¿Disturbios incontrolables? ¿Revolución?

Es probable que las intervenciones estatales no tengan la capacidad de evitar la crisis masiva del capital. A pesar de las cantidades sin precedente de dinero que están gastando los Estados para paliar el efecto de la crisis, la economía global está en un colapso que no se ha visto desde los años treinta, con pérdidas enormes en el mercado bursátil y financiero, el colapso, presente o inminente, de muchas empresas pequeñas y grandes, un auge enorme del desempleo en todo el mundo, la intensificación de la pobreza. A pesar (y por) las intervenciones estatales, se está llevando a cabo una reestructuración masiva del capital. Puede ser que se esté creando la base para una nueva fase de acumulación capitalista mucho más agresiva.

Hay dos elementos en esta crisis. El más obvio e inmediato es que el cese de la actividad asociada con las medidas de distanciamiento social resulta en una caída abrupta de producción, empleo y consumo. Detrás de esto está el segundo elemento, lo que hemos enfatizado en toda la discusión de la tormenta, es decir el carácter ficticio de la acumulación anterior, el hecho de que muchas empresas están fuertemente endeudadas. Con la interrupción de sus actividades llegan muy rápidamente a una situación donde no pueden pagar deudas, renta, sueldos, impuestos. Sin apoyo estatal (y para muchas empresas con apoyo estatal) van a quebrar.

En este contexto, las discusiones acerca de China son importantes. Es decir, China no tanto como lugar, sino como modelo de acumulación y de organización social: un sistema capitalista con un grado de concentración muy alta de capital, un papel mucho más grande para el Estado, una disciplina social intensa dentro y fuera de la fábrica, una vigilancia tecnológica más amplia y total.

Se anuncia entonces el largo periodo de colapso descrito por Raúl Zibechi: “No estamos ante una crisis más sino ante el comienzo de un proceso largo (Wallerstein) de caos sistémico, atravesado de guerras y pandemias, que durará varias décadas hasta que se estabilice un nuevo orden. Este periodo que, insisto, no es una coyuntura ni una crisis tradicional sino algo completamente diferente, puede ser definido como colapso, siempre que no entendamos por ello un evento puntual sino un periodo más o menos prolongado.” (La Jornada 27 marzo 2020)

2 – ¿Un nuevo contrato social?

La segunda perspectiva es distinta. Esta perspectiva no cuestiona el capitalismo, pero sí anuncia el fin del neoliberalismo. Aspira a un capitalismo con una cara más humana. Se formula muy bien en una editorial del Financial Times del 3 de abril: “Será necesario poner sobre la mesa reformas radicales, que inviertan la dirección política predominante de las últimas cuatro décadas. Los gobiernos tendrán que aceptar un papel más activo en la economía. Deben ver los servicios públicos como inversiones en lugar de pasivos, y buscar formas de hacer que los mercados laborales sean menos inseguros. La redistribución volverá a estar en la agenda; los privilegios de los poderosos y ricos, en cuestión. Las políticas hasta hace poco consideradas excéntricas, como los impuestos básicos sobre la renta y la riqueza, tendrán que estar en el orden día.”

En el centro de esta perspectiva está la idea de que se necesita un nuevo contrato social: “La democracia liberal (…) sobrevivirá a este segundo gran choque económico solo si los ajustes se hacen dentro del contexto de un nuevo contrato social que reconoce el bienestar de la mayoría sobre los intereses de los privilegiados.” (Philip Stephens, Financial Times 9 abril 2020).

Desde esta perspectiva, el capital puede aprender de los errores cometidos después de la crisis financiera de 2008. Después de esa crisis las políticas adoptadas nacionalizaron las deudas bancarias y obligaron a los más pobres a asumir los costos a través de las políticas de austeridad. El resultado fue el descontento social expresado en los movimientos de 2011 (Indignados, Occupy, Primavera árabe) pero expresado también en el auge del “populismo”, del nacionalismo autoritario asociado con figuras como Trump, Orban, Bolsonaro, Johnson. Este argumento liberal-reformista busca la reproducción del capital, pero sí tiene consecuencias importantes comparado con la perspectiva de la que habla Zibechi.

Un elemento importante de este nuevo contrato social mencionado por algunos autores sería un cambio radical en las políticas ambientales, un esfuerzo mayor de parte de los Estados para respetar la biodiversidad y tomar medidas para reducir el calentamiento climático (ver, por ejemplo, el texto de Johannes Vogel, Financial Times, 9 abril 2020).

Hay que preguntarse si esta perspectiva es realista. Supone una reestructuración exitosa del capital, la recuperación rápida de una tasa de acumulación “normal”. Eso fue la clave del éxito del Estado de Bienestar en el periodo después de la Segunda Guerra Mundial. La guerra fue una reestructuración radical del capital que creó la base de un periodo largo de acumulación rápida. No está claro que la restructuración actual pueda crear la base adecuada para un contrato social del tipo sugerido por el Financial Times. Esto a veces se discute en términos de la forma que va a tomar la crisis económica: un V indica una recuperación rápida después de la caída acelerada que estamos viendo ahora. El texto del 13 de abril en el blog de Michael Roberts lo discute en estos términos: “Quizás la profundidad y el alcance de esta depresión pandémica crearán condiciones en las que los valores de capital se devalúen tanto por quiebras, cierres y despidos que las compañías capitalistas débiles serán liquidadas y las compañías tecnológicamente avanzadas más exitosas tomarán el control en un entorno de mayor rentabilidad. Este sería el ciclo clásico de auge, depresión y auge que sugiere la teoría marxista.”

El ex jefe del FMI y aspirante presidencial francés, el infame Dominique Strauss-Kahn, insinúa que: “la crisis económica, al destruir el capital, puede proporcionar una salida. Las oportunidades de inversión creadas por el colapso de parte del aparato de producción, como el efecto sobre los precios de las medidas de apoyo, pueden revivir el proceso de destrucción creativa descrito por Schumpeter. A pesar del tamaño de esta depresión pandémica, no estoy seguro de que se produzca una destrucción suficiente de capital, especialmente dado que gran parte del financiamiento de rescate mantendrá en funcionamiento a las empresas, no a los hogares. Por esa razón, espero que el final de los lockdown no vea una recuperación en forma de V o incluso un retorno a lo ‘normal’ (de los últimos diez años).”

Si Roberts tiene razón (y me parece que sí), entonces estamos ante una situación semejante a 2008: una crisis-restructuración feroz combinada con un rescate estatal enorme, simplemente porque el sistema político no puede contemplar la destrucción y el caos potencial que ocasionaría una destrucción total del capital ficticio. Nada más que ahora todo está en otra escala: la intervención de los Estados es mucho más grande que en 2008 y la destrucción económica y social también. El peligro de un colapso financiero mundial, hasta ahora evitado, sigue como posibilidad. La tormenta está mucho más fuerte que lo que imaginábamos y no se ve el fin. En los próximos meses vamos a ver probablemente una reestructuración fuertísima combinada con una prolongación de la crisis, una extensión del carácter ficticio de la acumulación.

En el curso hemos sugerido que el llamado neoliberalismo no ha sido una opción ideológica tanto como un reflejo del tamaño del capital ficticio. Si eso sigue, y lo más seguro es que sí, dado el tamaño enorme de deudas públicas y privadas que van a resultar, entonces la competencia intensa entre capitales y sus Estados patrocinadores va a continuar y probablemente no va a haber mucho espacio para el contrato social sugerido por el Financial Times.

Al mismo tiempo me parece muy importante esta perspectiva, no solamente por sus efectos políticos posibles sino, sobre todo, por el hecho de que refleja un reconocimiento muy extendido del fracaso enorme de la mercantilización, el fracaso de la reproducción mercantil de la sociedad. Ahí está su importancia para nosotra/os.

3 – Excurso

El argumento entre la perspectiva más agresiva y la más reformista gira alrededor de varios temas. No entiendo bien todas las implicaciones, pero aquí van unas reflexiones.

A – La primera es la naturaleza de las intervenciones financieras estatales. En casi todos los casos el apoyo estatal es una intervención en los mercados financieros. La primera respuesta fue la respuesta de la Fed y otros bancos centrales de reducir las tasas de interés a cero o menos, con la intención de estimular así la inversión privada. En general estas medidas no dieron los resultados esperados, dado que las tasas de interés ya estaban muy bajas y la situación de incertidumbre no favorecía la inversión.

En esta situación, los Estados intervinieron directamente, con promesas de gastar una cantidad de dinero considerada imposible hace un par de meses. En muchos casos vienen de gobiernos de la derecha, comprometidos tradicionalmente con una política fiscal estricta, es decir de no gastar más que los ingresos del Estado (más notablemente en el caso de Alemania). En Europa, lo que fue considerado imposible para apoyar a las economías de Grecia, Irlanda, España, Portugal e Italia hace diez años, se está gastando para paliar los efectos de la crisis. Justo en el momento en que Sanders y Corbyn han perdido sus ambiciones políticas, se están haciendo intervenciones estatales que exceden por mucho lo que ellos prometían.

Una gran parte de la ayuda prometida por los Estados viene en la forma de una garantía para los bancos: si ellos prestan dinero a empresas en dificultades, el Estado va a pagar la deuda de las empresas en el caso de que ellas no puedan hacerlo. Se busca una solución a través de estimular aún más el endeudamiento de las empresas no bancarias, justo en el momento en que ellas ya tienen deudas muy grandes.

Ha habido mucha discusión sobre si estas garantías deberían darse a empresas grandes o también empresas pequeñas. El gobierno de Estados Unidos acaba de anunciar (el 9 abril) que va a gastar 2,3 billones de dólares en ofrecer garantías de crédito para empresas pequeñas. En México, AMLO dice que los créditos se van a concentrar en las empresas pequeñas y medianas y no en las grandes.

Todavía no se está discutiendo mucho, pero todo eso implica una expansión enorme del carácter ficticio del capital, de la anticipación de una plusvalía no producida todavía. Va a ser una combinación de deuda privada (las empresas van a estar más endeudadas que nunca) y de deuda pública, mucho más grande que la existente. Inevitablemente va a surgir la cuestión de quién paga, si se paga a través de la prolongación de las políticas de austeridad de los últimos años, o si se aumentan los impuestos, sobre todo de los ricos, o si se reduce el significado real de la deuda a través de la inflación. Estas discusiones van a ser parte importante del ambiente del llamado “contrato social” que quieren los liberal-reformistas.

B – En algunos países están ofreciendo pagos directos (no préstamos). En el caso de Estados Unidos, si las empresas no reducen el número de empleados, los créditos no se tienen que pagar. También en los Estados Unidos se está haciendo un pago directo de 1.200 dólares a todos los contribuyentes (¿lo que excluye a migrantes y los pobres?). Esta cantidad se tiene que comparar con una renta mensual promedio en Nueva York de 3.000 dólares, según escribe Rana Faroohar en el Financial Times, el 29 marzo 2020. En Gran Bretaña, el gobierno va a pagar el 80% de su sueldo a trabajadores en paro sin goce de sueldo (pero no a los que ya perdieron su empleo). En México se van a expandir los programas de apoyo para los pobres.

Más radical es la propuesta de un ingreso básico universal. Es una idea que ha sido asociada con la izquierda radical, pero que ahora parece haber ganado el apoyo (o al menos la consideración) del Financial Times, e incluso de algunos republicanos en Estados Unidos. La idea es que el Estado debería garantizar un ingreso básico para todos los habitantes de su territorio. El significado de eso dependería mucho del nivel del pago y sus condiciones. Como dice Paul Mason: “Con los pagos del ingreso [básico] universal, señaló el político conservador británico Iain Duncan Smith, el problema es que podrían ‘disuadir a las personas de ir a trabajar’.”

C – Inversión e intervención en el sector de la salud. En muchos países se ha incrementado el gasto en los servicios de salud. La perspectiva reformista considera que en el futuro se va a incrementar este gasto de manera considerable. En algunos casos, como en Irlanda, se han nacionalizado todos los hospitales (¿de manera permanente?), en otros países se han introducido diferentes formas de control estatal de los hospitales privados.

D – Coordinación internacional. Un elemento importante en la propuesta liberal-reformista de un nuevo contrato social es que debe incluir una coordinación internacional mucho más fuerte para el control del coronavirus y las pandemias futuras y para evitar desastres ambientales. La posición de muchos Estados va en el sentido contrario: Estados Unidos está hablando de dejar de contribuir a la Organización Mundial de Salud (incluso acusándola de trabajar para China) y tratando de conseguir por todos los medios posibles el control del equipo sanitario necesario para combatir el virus (ver: Luis Hernández Navarro en La Jornada, 7 de abril).

E – El regreso al trabajo. El tema del regreso al trabajo va a ser importante en estas semanas. ¿Hasta qué punto se da más importancia a la producción del capital o a la salud de la gente? ¿O es cuestión de mantener el orden social? ¿Hasta qué punto es cuestión de regresar a la normalidad de siempre o de iniciar cambios significativos en las políticas de salud, medio ambiente y otras?

F – ¿Dónde está el gobierno de AMLO en este contexto? Llama la atención que (1) rechaza cualquier flexibilización de la austeridad fiscal; (2) sus promesas de apoyo están dirigidas a las empresas pequeñas y medianas; (3) promete incrementar los apoyos a los más pobres a través de los programas sociales existentes, pero la idea de un ingreso básico universal no aparece en el horizonte; (4) promete seguir fortaleciendo los servicios de salud y de controlar los hospitales privados en algunos casos, ya ha firmado un convenio con los hospitales privados que permite su uso público para cualquier paciente.

Llama mucho la atención la editorial del Financial Times de hoy (14 abril) sobre la respuesta del gobierno de AMLO: “Donde el señor López Obrador es único en su clase es en negar la necesidad de un gran estímulo fiscal y monetario para rescatar de la recesión a la economía. Sin embargo, el consenso del mercado es que México estará entre los países más afectados por la pandemia debido a su dependencia de la manufactura, el turismo, las remesas y el petróleo de los Estados Unidos. Mientas Estados Unidos y Brasil han anunciado grandes paquetes de estímulo anticíclicos, el líder de México ha descartado préstamos adicionales, exenciones de impuestos o rescates. En cambio, la receta de López Obrador para la economía en crisis de su país es más austeridad, incluida una segunda ronda de recortes salariales para los funcionarios del gobierno. Ha duplicado en sus costosos proyectos preferidos, incluido el aumento de la producción de crudo y la construcción de una refinería de petróleo de ocho mil millones de pesos, justo cuando la demanda se está evaporando. Se ha relajado sobre la grave escasez de camas de hospital en el país y una tasa de pruebas de coronavirus que se encuentra entre las más bajas de cualquier nación importante.”

Vamos a ver si tienen razón, pero lo que sí está claro es que el gobierno mexicano no está aprovechando la oportunidad para introducir medidas más “progresistas” que están siendo introducidas de emergencia, incluso por gobiernos de la derecha.

4 – Perspectivas para un cambio radical

¿El coronavirus es el fin del capitalismo? Una pregunta absurda, pero el desafío de la situación actual es abrir la mente a preguntas consideradas absurdas hace dos meses. El mundo del coronavirus es un mundo de oportunidades y de impredecibilidades. ¿Existen maneras de aprovechar la situación como oportunidad para nosotra/os? ¿Podemos realmente jalar el freno del tren de la muerte?

Es el momento de “Hic Rhodus, hic salta”, como Raoul Vaneigem dice en su última comunicación (10 abril). Después de tanto platicar de capitalismo y revolución, ahora es el momento de dar sustento a la jactancia.

Se me ocurren varios puntos:

Primero la experiencia misma. Es una ruptura. El título de un artículo de Rebecca Solnit dice “The imposible has already happened”. Dice: “Las cosas que se suponía que eran imparables se detuvieron, y las cosas que se suponía que eran imposibles –extender los derechos y beneficios de los trabajadores, liberar a los prisioneros, mover unos trillones de dólares en los Estados Unidos– ya han sucedido”. La experiencia es muy contradictoria. Para muchos significa el desempleo, la enfermedad, la pobreza, un aumento de la violencia doméstica, el alcoholismo, la pérdida de cualquier seguridad. Pero para otros, al contrario, es una ruptura de las rutinas de trabajo, de la disciplina, del estrés.

También significa una ruptura importante en la contaminación de las ciudades, una reducción en la velocidad del calentamiento global. Hay mucho menos tráfico, el aire está mucho más limpio. Después de años y años de negociaciones entre los Estados para reducir la velocidad del calentamiento global y años de fracasos en alcanzar las metas establecidas, de repente se logró en un par de semanas. Se logró, por ejemplo, una reducción dramática en el uso de petróleo y otros combustibles fósiles. Muchos han hablado en los últimos años de la necesidad y de las ventajas de un decrecimiento (degrowth) (por ejemplo, en el seminario con Ulrich Brand hace un par de años): no se ha logrado como ella/os lo planteaban, pero sí se ha detenido la máquina frenética de producción/destrucción capitalista.

Sea experimentado como bueno o como malo, se trata de un rompimiento de la normalidad, de la reproducción, impensado de las relaciones sociales. Como dice el “virus” en el Monólogo del Virus: “Son libres de no creerme, pero he venido a parar la máquina cuyo freno de emergencia no encontraban. He venido a detener la actividad de la que eran rehenes. He venido a poner de manifiesto la aberración de la «normalidad».” Esto me parece fundamental como punto de partida. Para mal o para bien: la normalidad se ha roto. Ya no existe un “por supuesto”.

Segundo, y conectado con el primer punto, la crisis ha tenido un impacto enorme en desenmascarar la normalidad. Como dice el virus, está poniendo “de manifiesto la aberración de la «normalidad»”. En muchos sentidos. Pone de manifiesto la insuficiencia de los servicios de salud, aun (y en algunos casos especialmente) en los países más ricos. Pone de manifiesto también las consecuencias terribles de la destrucción de la biodiversidad y la mercantilización de la naturaleza. Desenmascara la desigualdad atroz entre ricos y pobres, y las consecuencias que esta tiene en términos de las muertes de los pobres, pero también para la seguridad de los ricos. La enfermedad de los pobres es una amenaza para la salud de los ricos (que fue el origen del “Estado de bienestar” en el siglo XIX). Revela en la práctica la posibilidad de reducir el calentamiento global y la contaminación de manera abrupta. También revela el estrés y el carácter enajenante del trabajo, y la posibilidad de vivir sin trabajar tanto.

Este desenmascaramiento pierde fuerza si se conecta simplemente con el neoliberalismo. Se sugiere, entonces, que lo único que necesitamos es un regreso al capitalismo más humano, la que es finalmente la posición del Financial Times. Al mismo tiempo, este desenmascaramiento me parece muy importante, como algo que hay que expandir al máximo. El capitalismo se ha revelado a sí mismo como forma de organización social que nos pone a todas y todos en peligro. No solamente el capitalismo sino, de manera tal vez más accesible, la mercantilización. Por eso me parece importante no descalificar simplemente las propuestas liberal-reformistas como intentos de restablecer o rescatar el capitalismo (aunque sí lo son) sino también verlas como expresiones de un fracaso ampliamente percibido de la mercantilización. Se ha abierto una brecha en la apariencia del capitalismo, si no como sistema racional, al menos como lo más racional que tengamos. En estas circunstancias las palabras de Vaneigem (10 abril) no son para nada extremas: “Las cosas que se suponía que eran imparables se detuvieron, y las cosas que se suponía que eran imposibles –extender los derechos y beneficios de los trabajadores, liberar a los prisioneros, mover unos trillones de dólares en los Estados Unidos– ya han sucedido.”

Tercero. El desafío del momento es emancipar la riqueza de la forma mercantil. El desafío es decir ¡Ya basta! a la mercantilización, luchar por la desmercantilización de la vida antes de que sea demasiado tarde.

Estamos viviendo el fracaso de la reproducción mercantil de la sociedad. La reproducción social actualmente se realiza sobre todo a través del intercambio mercantil, lo que incluye de manera crucial el intercambio de la fuerza de trabajo como mercancía. Con la crisis actual, está más claro que nunca que la mercantilización de la reproducción va a dar lugar a mucha miseria y muchas muertes: por falta de acceso a los servicios de salud mercantilizados, pero también por falta de compradores de la mercancía fuerza de trabajo y otras mercancías. El Estado está interviniendo para tratar de mitigar el fracaso de la reproducción social, pero las formas de intervención son casi exclusivamente formas diseñadas para asegurar la continuación de las formas mercantiles: es decir el crédito y el salario. Los que no son sujetos de crédito o asalariados van a sufrir las consecuencias más graves de la crisis.

Es un momento de debilidad de la mercantilización, que se refleja por ejemplo en la editorial del Financial Times. Hay que construir sobre esta debilidad para buscar una salida que no sea la salida estatal, que no es ninguna salida sino una recuperación.

Tal vez hay que pensar a partir de los casos más obvios. La salud, por ejemplo. Es obvio que los servicios de salud son inadecuados en todos los países para enfrentar la pandemia y que, en casi todos los países, esos servicios se han deteriorado en los últimos veinte años (caída del número de camas en los hospitales por mil de población, por ejemplo). Esto se ve como fracaso del mercado, es decir de la mercantilización creciente de los servicios de salud, pero también de la relación entre Estado y mercado. La presión del capital ha debilitado mucho la calidad de la provisión estatal en todos los países. No puede ser, entonces, simplemente cuestión de incrementar el papel del Estado, porque es evidente que el Estado está subordinado al capital y a su necesidad de rentabilizarse. La única solución tiene que ser la desmercantilización de la salud, pero de una manera que no pase por el Estado. ¿Qué significaría eso? El tratamiento gratuito para todas y todos, por supuesto; medicamientos gratuitos para todas y todos; investigación médica separada de cualquier consideración de ganancia; una apertura a muchas diferentes interpretaciones de lo que es el cuidado de la salud, y mucho, mucho, más. Obviamente, estaríamos hablando de otro tipo de sociedad, una sociedad que no estuviera basada en la mercantilización de la fuerza de trabajo, pero tal vez es importante empezar desde las debilidades que se han hecho obvias en esta crisis.

Otra área donde el carácter destructivo de la mercantilización se ha hecho evidente es la relación entre los humanos y otras formas de vida y el ambiente en general. Se reconoce ampliamente que la pandemia está relacionada con la pérdida de la biodiversidad, con la industrialización de la agricultura, el extractivismo, el calentamiento global, el uso de los combustibles fósiles, etcétera. Las últimas semanas han demostrado que es posible detener este proceso que ha parecido imparable. También se ha reconocido que este proceso de destrucción del ambiente está impulsado por la búsqueda constante de la ganancia. Obviamente, hay medidas de regulación estatal, pero está claro que estas medidas no han sido suficientes para evitar las consecuencias terribles que ahora estamos sufriendo. Se ha dicho que el tren capitalista nos está llevando hacia la extinción (por eso el nombre del movimiento británico, Extinction Rebellion), pero ahora la pandemia nos hace pensar que la extinción no va a ser un evento único, sino un proceso compuesto por varias fases. Es muy posible que con la pandemia actual estemos viviendo una fase inicial de la extinción. Se vuelve entonces sumamente urgente desmercantilizar la relación entre los humanos y la naturaleza, y hacerlo de una manera que no pase por el Estado.

Cuarto. Hablamos de la intervención estatal en la reproducción social en términos de un “aflojamiento” de la disciplina del dinero. Parece de mal gusto hablar de un aflojamiento del poder disciplinario del dinero justo en este momento, cuando mucha gente ve su vida amenazada por la falta de dinero. Sin embargo, un argumento central del curso ha sido que el carácter ficticio de la acumulación es una característica crucial del capitalismo actual y, al mismo tiempo, su enfermedad crónica, y que esta ficcionalización es resultado de nuestra falta de subordinación, es decir, de la incapacidad por parte del capital de subordinar nuestra vida suficientemente a los requerimientos de la producción del valor. La ficcionalización del capital es un aflojamiento del dinero en el sentido de un alejamiento entre el valor producido y la expresión monetaria de este valor.

El mismo argumento se puede expresar en términos de riesgo moral (moral hazard). El “riesgo moral” es un término técnico que viene de la industria de los seguros, que se usa mucho en las discusiones sobre la intervención estatal en la economía. La cuestión del riesgo moral siempre surge cuando el Estado interviene para amainar los efectos de una crisis. Si el Estado presta u obsequia a un capital en dificultades el dinero para sobrevivir, genera un “riesgo moral”: es decir, crea una situación en la cual el capitalista ya no se va a sentir sujeto a las leyes normales del mercado, porque va a asumir que en caso de dificultad el Estado lo va a rescatar. En general, se trata de una situación que aplica a capitales particularmente importantes, capitales que, por el impacto que tendría su colapso, son considerados demasiado grandes para fracasar o caer (too big to fail). El desarrollo del riesgo moral es indisociable de la aceptación de que el Estado debería intervenir en una situación de crisis para mitigar sus efectos. Fue un tema importante en el año 2008: después de romper las expectativas de los capitalistas cuando permitió la caída de Lehman Brothers, el Estado estadounidense y otros Estados tuvieron que apoyar a los bancos principales y empresas mayores, confirmando así el riesgo moral, la idea de que los capitales mayores no se pueden dejar caer. Esto perpetua un sistema ineficiente y corrupto, además de transferir a los contribuyentes y a todas y todos (a través de políticas de austeridad) el costo de rescatar a los bancos y otras empresas. La objeción de la derecha tradicional siempre ha sido que estos tipos de intervención socavan la disciplina del dinero, ya que afloja la relación entre dinero y valor. Esto ha sido un tema importante en todas las discusiones de la intervención estatal en los últimos noventa años. En la situación actual sucede lo mismo, pero el argumento contra la intervención estatal no se expresa mucho por el carácter dramático del colapso. Dejar sin más que la ley del valor opere tendría consecuencias tan enormes que no se dejan contemplar, sería el caos total. ¿Nuestro caos?

El argumento del riesgo moral siempre tiene la misma estructura: si no tienes que pagar, entonces se va a perder la disciplina del dinero. El término “riesgo moral” se aplica normalmente sólo a los capitales, pero la situación actual pone de manifiesto que tiene implicaciones más generales. Los gobiernos se ven obligados, en muchos casos, a intervenir para apoyar a los contribuyentes/ciudadanos/residentes que sufren las consecuencias económicas de la pandemia. Es una extensión cualitativa de la idea del Estado de Bienestar, que tiene el mismo problema de riesgo moral en su base: es decir, crea una situación en la cual el trabajador/persona ya no se va a sentir sujeto a las leyes normales del mercado, porque va a asumir que, en caso de dificultades, el Estado lo va a rescatar. Se debilita así el efecto disciplinario del dinero. Esto ha sido un problema central en las intervenciones welfaristas desde el principio: ¿cómo mantener la disciplina del dinero al mismo tiempo que reconocer que el dinero/mercado es insuficiente para asegurar la reproducción social? Para lograr esto, el Estado tiene que reducir el nivel del apoyo al mínimo necesario (o menos), tiene que crear un sistema administrativo humillante y tiene que movilizar un sentimiento de culpa. En la situación actual la culpa no juega ningún papel.

La cuestión adquiere otra dimensión con la idea del ingreso básico universal que se ha convertido en un tema de discusión importante en la crisis actual. Originalmente, es una propuesta de la izquierda radical-autonomista, ahora se está discutiendo en círculos oficiales, incluso es parte de la propuesta de un “nuevo contrato social” del que habla el Financial Times. Un ingreso universal no sería el fin del capitalismo porque, en términos de las propuestas actuales, sería administrado por el Estado, y el Estado tendría que asegurar que su nivel fuera tan bajo que no amenazara la necesidad de los trabajadores de vender su fuerza de trabajo. Pero tal vez lo importante sería desvincular el ingreso de la venta de la fuerza de trabajo. Además, para ser una protección contra pandemias, tendría que ser realmente universal, es decir un ingreso básico para todos y todas los/las habitantes del mundo. Llevado hasta sus últimas consecuencias, un ingreso universal podría significar la desmercantilización de la fuerza de trabajo, un portal hacia otro mundo. Pero a través del Estado no se podría llevar hasta sus últimas consecuencias.

La noción de riesgo moral también se puede extender a actividades desmercantilizadas. Un argumento en contra de la gratuidad del servicio de salud en Gran Bretaña, por ejemplo, ha sido que, si la gente no tiene que pagar para ver al médico, entonces van a ir por cualquier dolencia y le van a hacer perder el tiempo. Es un aspecto de las muchas, muchas presiones para ser más “eficiente” el servicio nacional de salud que lo han convertido en un sistema incapaz de enfrentar de manera adecuada la emergencia actual.

El riesgo moral, finalmente, es que la gente no quiera acatar la ley del valor. Un problema central para la mercantilización/capitalización de la reproducción social. ¿Cómo desarrollar este rechazo al valor para fortalecer la desmercantilización?

Quinto. Hasta aquí esta presentación ha sido muy racional. En realidad, es más probable que la emancipación de la riqueza de la forma mercantil se haga con explosiones de rabia. Vamos a ver, en las próximas semanas y meses, hasta qué punto llegan las explosiones de rabia ante la restructuración brutal del capital. No creo que sean tiempos de tranquilidad.

Sexto ¿Adónde vamos con estas reflexiones? Tal vez ayudaría relacionarlas con otras propuestas que hablan del fin del capitalismo en el contexto actual.

Rebecca Solnit, en su artículo ”The impossible has already happened”: what coronavirus can teach us about hope” enfatiza la importancia de pensar en términos de esperanza, y cómo cambios importantes pueden surgir de las catástrofes. Dice, por ejemplo: “Mi amigo Renato Redentor Constantino, un activista climático, me escribió desde Filipinas y dijo: ‘Hoy somos testigos de muestras diarias de amor que nos recuerdan las muchas razones por las que los humanos han sobrevivido tanto tiempo. Nos encontramos con actos épicos de coraje y ciudadanía todos los días en nuestros vecindarios y en otras ciudades y países, instancias que nos susurran que las depredaciones de algunos eventualmente serán superadas por legiones de personas obstinadas que rechazan el consejo de la desesperación, la violencia, la indiferencia y arrogancia que los llamados líderes parecen tan ansiosos de desencadenar hoy en día’.” Pero no dice nada específico sobre cómo pensar el cambio. Ha sido criticada por Jai Sen y Lawrence Cox sobre todo por su imagen de “we”, que corresponde a los que pueden (¿podemos?) vivir la crisis en relativa comodidad. El argumento de nuestra narrativa presentada aquí es que es importante entender la esperanza a partir de la crisis del capital y de la mercantilización de las relaciones sociales.

Raúl Zibechi, en sus artículos en La Jornada, adopta un enfoque bastante determinista inspirado por Wallerstein, de que estamos entrando a un periodo de unos treinta años de transición que van a ser caracterizados por guerras, miseria e insurgencias. Propone que la mejor manera de enfrentar la situación es a través de la construcción de arcas, donde se construyen otras relaciones sociales, como lo están haciendo los zapatistas. Privilegia en este proceso los movimientos indígenas que ocupan una posición marginal con respecto al desarrollo capitalista. El argumento de nuestra narrativa presentada aquí es que el futuro está más abierto que lo que sugiere Zibechi, que hay que pensar a partir de nuestra fuerza y no de nuestra marginalidad, y que hay que entender las posibilidades a partir de los antagonismos inherentes en la totalidad del capital. Las arcas y las grietas pueden ser muy importantes, pero tenemos que encontrar una manera para jalar el freno del tren de la muerte, es decir de la acumulación, de la mercantilización.

Otro artículo relevante es uno de Paul Mason que se llama “Will coronavirus signal the end of capitalism?” Mason sugiere que la crisis actual del capital es mucho más profunda que la de 2008: “Esta vez, por el contrario, son los cimientos los que se derrumban, porque toda la vida económica en un sistema capitalista se basa en obligar a las personas a ir a trabajar y gastar sus salarios. Dado que ahora tenemos que obligarlos a mantenerse alejados del trabajo, y de todos los lugares donde generalmente gastan sus salarios ganados con tanto esfuerzo, no importa cuán fuerte es el edificio en sí. De hecho, el edificio no es tan fuerte. Gran parte del crecimiento que hemos experimentado durante los doce años transcurridos desde la última crisis financiera ha sido impulsado por los bancos centrales que imprimen dinero, los gobiernos rescatan el sistema bancario y la deuda. En lugar de pagar la deuda, acumulamos un estimado de 72 trillones de dólares más”. Mason sostiene que la crisis está llevando a la adopción de medidas que ya prefiguran una sociedad poscapitalista: “Estados que pagan a los ciudadanos un ingreso universal, ya que la automatización hace que el trabajo bien remunerado sea precario y escaso; bancos centrales que prestan directamente al estado para mantenerlo a flote; la propiedad pública a gran escala de las grandes corporaciones para mantener servicios vitales que no se pueden ejecutar con ganancias”. Y luego continúa: “He argumentado que es poco probable que el capitalismo sobreviva a largo plazo –y en el corto plazo solo puede sobrevivir adoptando características del ‘poscapitalismo’-.” Cita con aprobación a un grupo capitalista que dice: “El capitalismo convencional está muriendo, o al menos mutando en algo más cercano a una versión del comunismo.” La visión de lo que está pasando es interesante, pero la imagen del comunismo que presenta es una imagen tecnocrática y estadocéntrica, bastante alejada del concepto que inspira la narrativa presentada aquí.

Arundhati Roy en su artículo “La pandemia es un portal” enfatiza la brutalidad de la administración de la pandemia en la India y nos deja compartir la rabia de la gente. Su idea de la pandemia como “portal” me parece importante, pero no explica en qué sentido puede ser un portal.

En el artículo de Slavoj Zizek con el título de “Coronavirus es un golpe al capitalismo al estilo de ‘Kill Bill’ y podría conducir a la reinvención del comunismo”, el autor dice muy poco sobre el tema y además tiene una visión del comunismo bastante diferente de la que guía esta narrativa. Escribe Zizek: “No estamos hablando aquí sobre el comunismo a la antigua usanza, por supuesto, sino sobre algún tipo de organización global que pueda controlar y regular la economía, así como limitar la soberanía de los estados nacionales cuando sea necesario.” No hay en este artículo ningún cuestionamiento ni de la forma mercantil ni del Estado.

El artículo de Quincy Saul, “April Theses with 2020 Vision”, es un manifiesto ecosocialista para la situación actual que termina en una lista larga de demandas que incluyen un ingreso básico universal y también la cancelación de todas las deudas (jubilee – jubileo). Es interesante pero no toca los mismos temas que esta narrativa.

El artículo de Wallace et. al., “COVID-19 And Circuits Of Capital”, ofrece un análisis muy detallado del virus y entiende el problema en términos del desarrollo capitalista y la tendencia a la mercantilización de todo. Sugiere que “the way out is nothing short of birthing a world (or perhaps more along the lines of returning back to Earth”, pero no entra en detalles sobre cómo hacerlo.

Hay tanto que leer y pensar y la situación se va cambiando todos los días. Pero me parece importante lo que señala Raoul Vaneigem, que ahora es el momento del Hic Rhodus, hic salta. Es un momento privilegiado de terror y de esperanza que hay que pensar.

14 de abril de 2020

(Con muchas gracias a Edith González y Panagiotis Doulos por sus comentarios sobre un borrador previo)

Fuente: https://zur.uy/coronacrisis/

Emiliano Teran Mantovani: El Coronavirus más allá del Coronavirus: umbrales, biopolítica y emergencias

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OPLAS

Para el 19 de marzo de 2020, la pandemia global del Coronavirus (COVID-19) se aproximaba rápidamente a los 250 mil casos (220.313), registrándose el fallecimiento de 8.980 personas, lo que representa el 4,07% del total de estas cifras.

El asunto crítico general con el COVID-19 no es tanto su tasa de mortalidad, sino su ritmo de contagio especialmente acelerado (fácilmente de persona a persona), lo que se convierte en algo delicado en un mundo globalizado, alta y velozmente interconectado. Esto nos ha puesto ante un escenario de potencial contagio masivo a escala planetaria (¿cuántos más podrían contagiarse en el mundo?) que, por un lado, tendría un alto costo en vidas humanas (principalmente personas de la tercera edad) y, por el otro, profundizaría la precariedad e insostenibilidad de la vida cotidiana en la actual globalización tardía y descompuesta.

No sólo colapsan sistemas de salud de las más “desarrolladas” economías del mundo (como en el caso de Italia), sino que también se paraliza buena parte del comercio internacional y doméstico (debido a las restricciones impuestas para frenar la pandemia), generando cierre de fábricas y empresas, crecientes despidos, derrumbe de las proyecciones económicas por países, entre otros. Los efectos interconectados se han traducido en cosas como el desplome del valor de las monedas, la caída de la demanda de petróleo (sin precedentes) y de los precios; o el derrumbe de las bolsas de valores internacionales (Dow Jones registró a mediados de marzo la segunda peor caída de su historia).

La actual pandemia podría causar más daño, o bien podría ser superada. No lo sabemos hasta el momento. Pero parece que todo esto que está ocurriendo, nos dice muchas cosas más. Por eso también necesitamos tratar de interpretar qué expresa esta pandemia, más allá de ella misma; qué significado tiene en este preciso tiempo (geo)político; qué nos dice del particular mundo que hoy enfrentamos.

Tiempo de umbrales: el Coronavirus es síntoma y punto de inflexión
Todos los ojos, las conversaciones, las angustias y debates están sobre la pandemia global del COVID-19. Pero tenemos que hablar de más cosas que se articulan con ella. La pandemia se inscribe en un proceso histórico del capitalismo contemporáneo: estamos ante las pandemias de la globalización neoliberal, que han venido incrementándose y sucediéndose desde las décadas de los 80-90s. La del COVID-19 es apenas una pandemia más de una particular lista que, en un grado u otro, han constituido amenazas para la humanidad, pero también advertencias. El SARS-CoV en 2002, la llamada “gripe aviar” (H5N1) en 2003, la porcina (H1N1) en 2009, el Síndrome Respiratorio de Medio Oriente (MERS-CoV) en 2012, el ébola en 2013 o el Zyka (ZIKV) en 2015. A decir del que fuera Subdirector General de la OMS para Seguridad Sanitaria, Keiji Fukuda, al sortear estas pandemias, “sentimos que hemos esquivado una bala”. Pero aún, en la actualidad, seguimos jugando con nuestra suerte.

Sin embargo, la emergencia de estas pandemias de la globalización no tiene nada de ‘desastre natural’ o de un ‘hecho fortuito que tarde o temprano tenía que pasar’. Más bien son el resultado del avance neoliberal de mercantilización de la vida y ocupación de nuevas fronteras ecosistémicas de las últimas décadas: agricultura y avicultura intensivas e industriales (que propiciaron la gripe aviar), comercio de animales salvajes y exóticos (como ocurre en China), manipulación genética, expansión del turismo depredador, deforestación, abusos en el consumo de antibióticos, por mencionar ejemplos. Factores como estos se potenciaron con una forma transnacional de transmisión, posible por la expansión de las interconexiones de la movilidad humana y de mercancías, el extraordinario crecimiento de las ciudades, la precarización de los sistemas de salud pública, entre otros.

Este sistemático avance degradante y depredador del capital, durante las últimas décadas, sobre las fronteras de la vida, sobre los límites del planeta, pero también sobre los sistemas e instituciones de asistencia social, ha venido agravando no sólo la incidencia y rasgos de fenómenos globales como estos, sino también la situación de insostenibilidad del sistema globalizado actual. Por mencionar un ejemplo ilustrador, el derretimiento de glaciares de vieja data, debido al cambio climático, podría liberar virus de 15.000 años de edad, los cuales son desconocidos por la ciencia y se ignora su nivel de letalidad.

El particular tiempo en el que surge la pandemia del COVID-19 es un tiempo revelador, que nos muestra una serie de eventos límites que en realidad están concatenados, como los incendios en la Amazonía, los incendios de Australia o el hecho que 2019 haya sido el segundo año más caliente registrado. Los ecosistemas alcanzan umbrales, en los cuáles se abre un proceso sistémico en el que se desarrollan nuevas propiedades, se generan cambios repentinos y acelerados, que van a modificar las dinámicas socio-ecológicas tal y como las conocemos en la actualidad. Los años 2019-2020 nos están mostrando con mucha más claridad esto.

Y estos umbrales no son sólo ecológicos. Todo el sistema, que articula sintéticamente las dimensiones económica, cultural, social y política, con las redes y tejidos de la vida ecológica, se estremece desde muy adentro, desde lo más profundo. Por eso la pandemia del COVID-19 aparece como un detonante fundamental de una próxima y muy probable recesión económica global, la cual está conectada históricamente con la crisis económica 2008-2009 (que ha marcado nuestro tiempo reciente), pero también con la crisis sistémica desarrollada desde la década de los 70s del siglo XX, e incluso con la crisis de la civilización moderno-occidental. La pandemia del nuevo Coronavirus es un síntoma más de la crisis civilizatoria que nos atraviesa.

¿Tiene entonces el COVID-19 y la pandemia que ha desatado, algo de particular, algo de diferente en relación a las anteriores pandemias globalizadas? Sí. Es cierto que se habla mucho menos de cómo la hepatitis viral mata en el mundo 1,3 millones de personas al año; cifra similar se da con los accidentes de tránsito (si, ¡el carro mata!) y las enfermedades diarréicas (que sufren principalmente los sectores más pobres de la sociedad), por mencionar ejemplos dramáticos. Pero estamos ante otro ritmo de contagio, de ‘viralidad’, que aunque mata fundamentalmente a sectores específicos de la sociedad (como la gente de la tercera edad), en realidad no deja nada ni nadie por fuera de ella. Se escurre por cualquier vía que el humano transite. Así que, logra incorporarlo todo a su dinámica. Su potencial masividad (y ya hoy, con 200 mil infectados, es masivo) satura todo: satura los sistemas e instituciones médicas, satura la política y los medios de comunicación, satura la percepción de amenaza y muerte, satura la movilidad y la interacción social, satura al Estado y al poder.

Claro que hay desigualdades de clase, de género, raciales, que determinan quienes sufren más y primero esta pandemia. Pero esto desborda lo que el propio sistema de poder y privilegios puede controlar. Deja al desnudo los simulacros del poder. Ya no hay nadie que pueda “ver desde afuera” esto, así que el nivel de interpelación es máxima. Paradójicamente el capitalismo, con su dinámica devoradora, extractiva y mercantilizadora, infecta sus propias rutas comerciales, sus mercados, sus instituciones. Inviabiliza el necesario movimiento expansivo del capital. El nivel de contradicción es también el máximo.

A diferencia de un siglo atrás, cuando la ‘Gripe Española’ mataba unas 50 millones de personas, la pandemia actual del COVID-19 emerge ante un sistema global que es mucho más frágil que antes, mucho más inviable. Somos más vulnerables que nunca. Parece quedar claro que se ha abierto una puerta que nos dice que ya las cosas no serán como antes. Y esto también parece revelarnos que, del mismo modo, transitamos hacia una nueva gestión y organización del sistema. Ahora sí, ¿fin de la globalización?

Pandemia COVID-19: bio-política de la ‘emergencia’ y sus paradojas
La saturación máxima que provoca la pandemia del COVID-19 ha generado diferentes respuestas de los Estados, cada una con resultados diferentes (pensemos en los casos de China, Corea, Italia o España). Lo que vemos desarrollarse, en general, es la progresiva adopción de estrictas medidas de cuarentena por parte de los Estados a nivel mundial, sostenido por una advertencia por parte de expertos y asesores científicos de que el virus alcanzará a buena parte de la población mundial, y de que la vida social en el planeta será notablemente trastocada por muchos meses.

Esto claramente allana el camino para la consolidación de lógicas de una situación extraordinaria o de emergencia, que permite poner en suspenso la democracia y sirve de pilares a la normalización y permanencia de regímenes de excepción. Es la bio-política en su máxima expresión, que ya venía precedida de normativas de emergencia y nuevas doctrinas de seguridad nacional, formas de militarización de la sociedad y los territorios, generalizadas al conjunto de la población en nombre de la ‘lucha contra el terrorismo’, el narcotráfico y el crimen organizado, grupos armados irregulares, contra el desborde de la migración y contra el ‘vandalismo’ en las protestas (recuérdese el año pasado en América Latina la relación entre protestas y estados de excepción). Y valga la pena añadir: estas lógicas están también en consonancia con el auge de las extremas derechas en varias partes del mundo, que desde patrones racistas y nacionalistas, pueden adjudicar la situación a ‘infecciones extranjeras’, una política migratoria permisiva y la necesidad de economías autárquicas (de nuevo, ¿otro factor para decirle adiós a la globalización?).

Férreos y drásticos controles sociales en el caso de China, Taiwán, Japón, Corea y posteriormente y menor medida Italia y España, se han expresado en cosas como la prohibición oficial de salir de casa; el establecimiento de reportes por persona (nombres, temperaturas corporales, movimientos y viajes, contactos con personas, etc) para luego ser procesados en forma de ‘Big Data’; la realización de tests express que, por ejemplo para el caso de Corea, suponía realizar a una persona un raspado nasal en un ‘drive in’ para determinar si la persona estaba infectada; entre otras medidas, que en casos como el chino, incluyeron el uso del ejército.

Pero precisamente, por esta dinámica de saturación máxima de la pandemia del COVID-19, se presenta una primera paradoja que conviene resaltar: el éxito que ha tenido China para detener el crecimiento del contagio ha abierto canales de legitimación a esta bio-política de alta intensidad (¡mirad el ejemplo chino!). El arrinconamiento societal que genera la posibilidad de un desbordamiento de la pandemia global puede hacer ver plausible y viable una sociedad de control bajo estos criterios de bio-seguridad. Así que esto nos pone ante un escenario no sólo de imposición política sino de un cierto consentimiento de un sector de la sociedad. Pero, ¿qué alternativas existen a este formato de gobernanza biopolítica, en este contexto pandémico?

Si el transitar de la crisis civilizatoria nos ha llevado a este tiempo de umbrales, de eventos extremos, de emergencia permanente (recuérdese la ‘emergencia climática’), ¿nos dirigimos hacia un capitalismo administrado como un ‘capitalismo del desastre’ permanente? ¿Cómo podría funcionar la democracia (o su posibilidad) en un régimen como ese?

Hay una segunda paradoja o tensión a resaltar: la política de estrictas medidas de cuarentena es absolutamente contraria a la necesidad de movilidad y dinamismo que tienen los mercados. El encierro social es una necesidad pero a la vez es un suicidio económico para el capitalismo. Los gobiernos del mundo se debaten entre la debacle epidemiológica y la económica. Y aquí cabe resaltar la que hasta hace unos días fuese la política del Gobierno británico liderada por Boris Johnson, ante la pandemia de COVID-19: una especie de bio-liberalismo, ‘dejar hacer, dejar morir’. Sir Patrick Vallance, Jefe de los asesores científicos del gobierno, anunciaba para la cadena Sky News el pasado 13 de marzo, que había que lograr la “inmunidad del rebaño” dejando que el 60% de la población británica se contagiara con el COVID-19, sin colocar mayores restricciones sociales a la movilidad y la actividad. Esto supondría que unos 40 millones de personas deberían como mínimo contagiarse a lo largo del tiempo para lograr dicho objetivo, estimando el Gobierno que al menos el 1% moriría (unas 400.000 personas).

Esta escalofriante política ponía de relieve, de forma descarnada que, en realidad entre el resguardo de la vida y el crecimiento del PIB, el gobierno de Johnson prefiere lo segundo –y ya ha dicho recientemente que “haría lo que fuese” para proteger la economía del Coronavirus. Pero sobre todo, revela una forma instrumental de representar la vida de millones de seres humanos, dentro de la categoría cuantitativa de ‘población’. Tanto los regímenes de férreo control como estos bio-liberalismos, comparten esta noción instrumental de la vida humana, en la cual esta se traduce en un número funcional: 50.000, 500.000 o 5.000.000 de personas; 0,5; 5% o 15%. Todo depende de para qué sirva o no sirva. ‘Población’ borra rostros, historias personales, diversidades, para ser simplemente asunto operativo de Estado. Pero en todo caso, lo resaltante es que se mantiene la premisa biopolítica foucaultiana de “hacer vivir, dejar morir”, ahora en el marco de un tiempo de eventos extremos. Para este bio-liberalismo, lo que se revela es una lógica socio-darwinista de abandono a la muerte (‘a su suerte’) de una parte de la sociedad (seguramente, la parte más anciana y enferma).

Esto nos lleva a una tercera y última paradoja que nos gustaría destacar: la decisión estatal de quiénes se confinan, quiénes trabajan, quiénes viven y quiénes mueren en este tiempo de umbrales está en clara contradicción con las pulsiones de vida que se expresan desde abajo. Si hemos dicho que el encierro, la cuarentena, es una necesidad, al mismo tiempo esta es socialmente insostenible en el tiempo. Para los miles de millones de precarizados del mundo, es inmediatamente inviable. Para otros, representa una parálisis de anhelos, sociabilidades, descontentos, proyectos. Parálisis que se da justo cuando millones en el mundo se habían estado movilizando por el hartazgo de la situación en sus países (recordemos Chile, Irak, Libano, Hong Kong, Ecuador, Catalunya, etc). ¿Qué ruta pueden seguir estas pulsiones? ¿Pero qué pasa también con esos otros que se rehúsan a ser los daños colaterales, las bajas estadísticas de esta bio-política de la ‘emergencia’ (que pudiesen ser nuestros abuelos, los sabios, los maestros de la comunidad, o bien nuestros hermanos o colegas, afectados por una u otra enfermedad)?

Difícilmente la parálisis y el confinamiento puedan disolver los descontentos sociales que han emergido y emergen como síntoma de la decadencia de este sistema imperante. Esto lo saben los grandes administradores de esta bio-política de la emergencia. Por eso, el Gobierno de Johnson también retrocede en su política de la “inmunidad del rebaño”; por eso el Presidente francés Emmanuel Macron, un neoliberal, ante la pandemia gira en su discurso y plantea que la salud pública es un bien precioso que debe estar fuera de las leyes del mercado; por eso otros gobiernos retroceden en políticas de recortes a las clases trabajadoras.

Las tres paradojas mencionadas anteriormente en realidad se inscriben en una paradoja mayor: nada está garantizado, nadie puede ya garantizar el control de la situación. El sistema capitalista se estremece en su propia constitución. Nunca en su historia el capitalismo había tenido tantas grietas.

¿Qué hacemos nosotros?
El confinamiento social de la cuarentena, pero también las calles vacías o semi-desiertas, los mercados truncados, el confinamiento de los más pobres a una extraña precarización socio-económica ralentizada, nos abren el camino hacia otras temporalidades, otros ritmos, otras sociabilidades, otras apreciaciones y sensibilidades. Nunca parecía estar tan a la mano una oportunidad de despliegue de la otredad de esas lógicas y ritmos diferentes a los del sistema capitalista. La centralidad, ante los desafíos que representa esta paradoja colapso/oportunidad, parece estar en una política de lo común, del cuidado, de la reproducción de la vida, ante este capitalismo que se va quedando al desnudo. Ese camino se ha abierto ante nosotros, sin que eso necesariamente represente una garantía de éxito.

Pero fuera de ese espacio particular, en el espacio de la arena política, siguen prevaleciendo los tiempos del capital, de la pandemia, de la biopolítica de la emergencia, del cambio climático. Este sigue siendo el espacio colectivo del descontento, de las luchas, de las demandas sociales, de la transformación. ¿Cómo conectar ese resguardo, ese ‘distanciamiento social’ con la necesidad de re-encuentro, de exigencia al poder, de asunción de poder? Mientras que cuidamos de la vida en ese espacio particular, hay que seguir exigiendo, demandando cosas como una radical redistribución de las riquezas existentes para que se dirijan a la asistencia universal en la salud pública; la suspensión del cobro de la deuda externa de los países del Sur Global, suspensión de los impuestos a los más pobres y recuperarlos de los sectores más ricos; socializar los conocimientos científicos; respetar a la naturaleza y detener el avance de la mercantilización y las últimas fronteras de vida en el planeta; y un largo etcétera.

Hay que convertir la emergencia global en la emergencia de otro sistema que tribute a la vida y a los pueblos. Si el colapso sistémico nos va llevando a escenarios impensables, hay que, como lo reivindicara un famoso lema del mayo del 68, ser realistas y pedir lo imposible. Otro mundo diferente a este, ahora.

Fuente: http://www.ecopoliticavenezuela.org/

El Coronavirus más allá del Coronavirus: umbrales, biopolítica y emergencia

Vandana Shiva: Recuperar la tierra, nuestra comida y nuestra agricultura

OPLAS

Vandana Shiva defiende en este artículo la “comida real” frente a la “comida de laboratorio”. La autora ecofeminista desmonta el mito de que producir comida en los laboratorios salvará a la humanidad del hambre y del cambio climático.

Hace poco leí una columna en The Guardian de George Monbiot y su visión distópica del futuro me dejó impresionada. En él, nadie trabajaba los campos y la gente se alimentaba de comida “falsa” producida por grandes fábricas a partir de microbios.

Monbiot terminaba su artículo diciendo que esta comida sintética nos permitirá devolver los espacios ocupados por cultivos, tanto terrestres como marinos, a su estado natural, favoreciendo la vida silvestre y reduciendo las emisiones de carbono. Según sus palabras “esta forma de alimentación nos devuelve la esperanza. Pronto seremos capaces de alimentar al mundo sin devorarlo”.

Al leerlo, no pude evitar que me viniera a la cabeza la famosa frase de Einstein:“ No podemos resolver los problemas utilizando la misma manera de pensar que los originó”.

SER ECOLÓGICO

La idea de que crear comida en laboratorios de última generación puede salvar el planeta forma parte del mismo modelo de pensamiento que nos ha llevado a dónde estamos ahora, es decir, la idea de que somos seres distintos de la naturaleza y de que funcionamos fuera de ella.

Este paradigma se hizo fuerte en la era industrial de los combustibles fósiles y es la base de la agricultura industrial que ha destruido el planeta, el medio de vida de los agricultores y nuestra salud.

Desgraciadamente, esta mentalidad sigue siendo predominante en el futuro que Monbiot dibuja, con la industrialización total de nuestra comida y nuestras vidas, que significa, en última instancia, la industrialización del ser humano (puesto que “somos lo que comemos”) y el último paso para dar forma a nuestro “tierra-centrismo” y nuestro ser ecológico.

Convertir el “agua en comida” es una pretensión que viene de los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, cuando se aseguraba que los abonos químicos producirían “ pan del aire”. En su lugar, ahora tenemos partes del océano muertas, gases de efecto invernadero (como el óxido de nitrógeno que es 300 veces más perjudicial para el medio ambiente que el CO2) y desertificación.

Somos parte de la naturaleza, no algo separado y fuera de ella. La comida es lo que nos conecta a la tierra, a su diversidad, a los bosques que nos rodean, gracias a los mil millones de microorganismos presentes en nuestro microbioma intestinal, que son los que mantienen nuestros cuerpos sanos por dentro y por fuera.

PATRIMONIO CULTURAL

Comer es un acto ecológico, no un acto mecánico o industrial. La red de la vida es una red alimenticia. No podemos separar la comida de nuestra vida de la misma manera que no podemos separarnos de la tierra.

El problema no viene de cultivar la tierra, sino de cultivarla de manera industrial. Este sistema de producción masiva de alimentos que utiliza de forma intensiva químicos y combustibles fósiles origina el 50% de las emisiones de gases de efecto invernadero que están calentando el planeta y poniendo en peligro a la agricultura.

Ha destruido el 75% del suelo, el 75% de los recursos acuíferos y ha contaminado nuestros lagos, ríos y océanos. La agricultura industrial ha reducido hasta casi la extinción la variedad del 93% de las semillas.

Y el 75% de las enfermedades crónicas que padecemos hoy en día tienen su origen en la comida industrial.

Asumir que esta manera distorsionada y violenta de cultivar la tierra (impuesta al mundo desde hace poco menos de un siglo) es la única manera que tienen y pueden las personas de cultivar, denota una gran ceguera hacia la diversidad cultural y las distintas prácticas agrícolas, a la vez que supone una amenaza para el patrimonio cultural de todos los países del mundo.

Esta defensa apasionada de la “comida falsa” pone en peligro nuestra conexión con la tierra y la satisfacción que produce comer alimentos cultivados con mimo e inteligencia por otros seres humanos.

Al suprimir a los agricultores, se amenaza a nuestro bienestar, nuestra salud y la salud del planeta ya que son ellos quienes velan y regeneran la tierra. Si convertimos la comida de laboratorio en la base de nuestra dieta, estaremos cada vez más cerca de una existencia robotizada, no participativa, estéril y dependiente de la tecnología, que niega la creatividad de la vida inteligente.

AGROECOLOGÍA

La palabra “agricultura” proviene de la combinación de las palabras latinas “agrum” (que significa tierra, campo, estado) y “cultura” (que significa “cuidado”, “crecer”, “cultivar”). Por tanto, el significado etimológico de agricultura es “que cuida de la tierra”.

La agricultura real es cultivar de manera natural, a la manera de la naturaleza, según las leyes de la ecología. La comida real es un subproducto de esta economía del cuidado de la tierra. Protege la vida de todos los seres terrestres a la vez que nutre nuestra salud y nuestro bienestar.

“Las políticas agrícolas sensatas” no sólo existen sino que están aplicándose ya por todo el planeta. La agroecología, que comprende principios ecológicos comunes como la agricultura ecológica, la permacultura, la biodinámica, la agricultura regenerativa de cultivos naturales entre otros, ha sido reconocida como el método más sostenible y equitativo de cultivar la tierra, capaz también de alimentar al planeta en tiempos de crisis climática.

Los intereses de la industria agrícola y sus monopolios, así como la apatía de los gobiernos han impedido que la agroecología se convierta en el principal sistema para producir alimentos.

En Navdanya obtenemos comida sana a partir de un sistema que conserva la biodiversidad con el uso abundante de polinizadores y potencia la materia orgánica del suelo convirtiéndolo en una gran reserva de carbono y nitrógeno. Este acto de cuidar la tierra nos permite reparar los ciclos rotos del carbono y el nitrógeno causantes del cambio climático.

CONTROL CORPORATIVO

Estamos ya asomándonos al precipio de una emergencia planetaria, una emergencia de salud, y a una crisis que pone en peligro la supervivencia de los agricultores.

La “comida falsa”, que promueve un modelo industrial de alimentación y vida y aviva la ilusión de que podemos vivir fuera de los procesos de la naturaleza, no va a hacer sino acelerar esa caída hacia el colapso. Más aún, conseguirá destruir la democracia alimentaria e incrementar el control corporativo sobre la comida y la salud.

Por el contrario, la comida real, producto de una agricultura sana y cuidadosa con la Tierra y las personas, nos brinda la oportunidad de rejuvenecer la tierra, nuestra salud, nuestras economías alimentarias, la libertad de comer y mantener nuestras culturas diversas en torno a la comida.

Con la comida real podemos descolonizar nuestras culturas alimenticias y nuestra conciencia. Recordar que la comida está viva y que nos da la vida. La comida es la moneda de la vida.

La esperanza está no en ese sistema tecnológico distorsionado y yermo de comer aquello salido de un laboratorio, sino en volver a la Ciudadanía de la Tierra y ser parte de los ciclos de la vida natural. La esperanza está, sí, en recuperar la tierra, nuestra comida y nuestros cuerpos.

Fuente: El Salto Diario

Miguel A Altieri y Clara Inés Nicholls: La Agroecología en tiempos del COVID-19

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Agroecologia

La mayoría de nuestros problemas globales: escasez de energía y de agua, degradación ambiental, cambio climático, desigualdad económica, inseguridad alimentaria y otros, no pueden abordarse de forma aislada, ya que estos problemas están interconectados y son interdependientes. Cuando uno de los problemas se agrava, los efectos se extienden por todo el sistema, exacerbando los otros problemas.

Como nunca antes, la pandemia de coronavirus nos revela la naturaleza sistémica de nuestro mundo: la salud humana, animal y ecológica están estrechamente vinculadas. Sin duda el COVID -19, es un llamado de atención para la humanidad a repensar nuestro modo de desarrollo capitalista y altamente consumista y las formas en que nos relacionamos con la naturaleza. Los tiempos exigen una respuesta integral a la crisis actual, donde se aborden las causas profundas detrás de la ya aparente fragilidad y vulnerabilidad socio ecológica de nuestro mundo.

La agroecología representa un ejemplo inspirador de un enfoque sistémico poderoso y, en este momento de la pandemia del coronavirus, la agroecología puede ayudar a explorar los vínculos entre la agricultura y la salud, demostrando que la forma en que se practica la agricultura puede por un lado auspiciar la salud o por el contrario, si se practica mal crear como lo hace la agricultura industrial, causar grandes riesgos para la salud.

Las consecuencias ecológicas en la salud humana de la agricultura industrial

Durante décadas, muchos agroecólogos han denunciado los impactos de la agricultura industrial en la salud humana y en los ecosistemas. Los monocultivos a gran escala ocupan alrededor del 80% de los 1.500 millones de hectáreas dedicadas a la agricultura en todo el mundo. Debido a su baja diversidad ecológica y homogeneidad genética, son muy vulnerables a las infestaciones de malezas, invasiones de insectos y epidemias de enfermedades, y recientemente al cambio climático.

Para controlar las plagas, se aplican alrededor de 2.300 millones de kg de pesticidas cada año, menos del 1% de los cuales alcanza las plagas objetivo. La mayoría termina en los sistemas de suelo, aire y agua, causando daños ambientales y en la salud pública estimados en mas de U$10 mil millones al año solo en los EE. UU. Estas cifras no incluyen los envenenamientos de personas por pesticidas, que a nivel mundial afectan anualmente a aproximadamente 26 millones de personas. Estos cálculos tampoco consideran los costos asociados a los efectos tóxicos agudos y crónicos que causan los pesticidas vía residuos en los alimentos.

Muchos insecticidas causan la disminución de especies como polinizadores, enemigos naturales de las plagas, así como mariposas y escarabajos, aves y la biota del suelo en agropaisajes, todo los cuales contribuyen con servicios ecológicos clave para la agricultura. Esta pérdida de biodiversidad cuesta cientos de miles de millones de dólares anuales en la producción de cultivos y la salud humana, y refuerza el espiral de los pesticidas amplificando sus efectos sobre humanos y ecosistemas. La aparición de unas 586 especies de insectos y ácaros resistentes a mas de 325 insecticidas, indica que la agricultura moderna se ha quedado sin herramientas, no solo para hacer frente a las plagas de los cultivos, sino también a enfermedades humanas como el dengue, la malaria y otras.

Mucho se ha escrito sobre cómo ganadería industrial confinada en “feedlots”, son particularmente vulnerables a la devastación por diferentes virus como la gripa aviar y la influenza. Las fincas grandes que tienen decenas de miles de pollos o miles de cerdos en nombre de una producción eficiente de proteínas crean una oportunidad para que los virus como la influenza muten y se propaguen. Más de 50 millones de pollos y pavos en los Estados Unidos murieron por la gripe aviar. Las prácticas en estas operaciones industriales (confinamiento, exposición respiratoria a altas concentraciones de amoníaco, sulfuro de hidrógeno, etc. que emanan de los desechos) no solo dejan a los animales más susceptibles a las infecciones virales, sino que pueden patrocinar las condiciones por las cuales los patógenos pueden evolucionar a tipos de virus más virulentos e infecciosos. Estos virus en constante cambio dan lugar a la próxima pandemia humana como sucedió en abril de 2009, con una nueva cepa de influenza conocida como el H1N1. El virus se hizo conocido como gripe porcina y se propagó rápidamente por todo el mundo para alcanzar el estado de pandemia.

Existen por supuesto otros sistemas de producción ganadera como los sistemas silvopastoriles, que basados en principios agroecológicos aseguran una producción animal sana, restauran paisajes y son menos conducentes a propiciar epidemias.

La situación se agrava a medida que los agropaisajes biodiversos en los que los cultivos están rodeados por áreas de vegetación natural, están siendo reemplazados por grandes áreas de monocultivo que causan la deforestación y la aparición de enfermedades. Como o señaló el biólogo evolutivo Rob Wallace, “muchos de esos nuevos patógenos previamente controlados por ecologías forestales de larga evolución, están siendo liberados, amenazando al mundo entero. La agricultura liderada por el capital que reemplaza a los hábitats naturales, ofrece las condiciones optimas para que los patógenos desarrollen fenotipos más virulentos e infecciosos”. En otras palabras, los patógenos previamente encajonados en hábitats naturales, se están extendiendo a las comunidades ganaderas y humanas debido a las perturbaciones causadas por la agricultura moderna y sus agroquímicos e innovaciones biotecnológicas. Un mero aumento del 4% en la deforestación en la Amazonía aumentó la incidencia de la malaria en casi un 50%. La pandemia de coronavirus nos recuerda que al violar las leyes básicas de la ecología en nombre de la ganancia, más enfermedades infecciosas emergentes en las personas vendrán de animales domésticos criados en la naturaleza y en la industria.

Disminución de la diversidad de cultivos y la salud humana

Otra consecuencia sobre la salud publica de la intensificación de la agricultura, ha sido la disminución de la diversidad de cultivos en los paisajes agrícolas. A pesar del hecho de que los humanos pueden alimentarse de más de 2500 especies de plantas, la dieta de la mayoría de las personas se compone de 3 cultivos principales, como trigo, arroz y maíz, que proporcionan más del 50% de las calorías consumidas a nivel mundial. Sin embargo, más de 850 millones de personas no tienen acceso a suficientes calorías para alimentarse. Por otro lado, más de 2 mil millones de personas (en su mayoría niños) que consumen principalmente calorías, padecen hambre oculta, ya que su ingesta y absorción de vitaminas y minerales son demasiado bajas para mantener una buena salud y desarrollo.

El hecho de que menos especies de cultivos estén alimentando al mundo, aumenta las preocupaciones sobre la nutrición humana y también sobre la capacidad de resiliencia del sistema alimentario mundial, ya que la diversidad de cultivos es clave para la adaptación al clima. La pérdida de diversidad de cultivos y la homogeneización concomitante de los agroecosistemas podrían tener consecuencias importantes para la provisión de servicios ecológicos y la sostenibilidad del sistema alimentario. El precio del fracaso de cualquiera de estos cultivos puede ser muy significativo para la seguridad alimentaria, afectando aún más el precario estado nutricional y la salud de las personas mas pobres y vulnerables. Como ha indicado Michael Pollan, «todo el suministro de alimentos de los Estados Unidos se ha sometido a un proceso de «cornificatión» (dieta basada en derivados del maíz) y la mayor parte del maíz consumido es invisible, ya que ha sido procesado o pasado a través de alimentos animales antes de que llegue a los consumidores». La mayoría de los pollos, cerdos y ganado de hoy, subsisten con una dieta de maíz. La mayoría de los refrescos y refrigerios que se consumen en los EE. UU. contienen jarabe de maíz con alto contenido de fructosa (high-fructose corn syrup), que se ha relacionado con la epidemia de obesidad y diabetes tipo 2.

En los países en desarrollo, la modernización agrícola ha llevado a una pérdida de la seguridad alimentaria vinculada a la ruptura de las comunidades rurales tradicionales y sus sistemas diversificados de producción de alimentos. Impulsados principalmente por un sistema alimentario globalizado corporativo y acuerdos de libre comercio. Muchos países están pasando de dietas tradicionales diversas y ricas, a alimentos y bebidas altamente procesados, densos en energía y pobres en micronutrientes. Como consecuencia, la obesidad y las enfermedades crónicas relacionadas con estas dietas han proliferado.

La Agroecología y un nuevo sistema alimentario

En estos días, en que los gobiernos imponen restricciones a los viajes y el comercio e imponen el bloqueo de ciudades enteras para evitar la propagación de COVID-19, la fragilidad del sistema alimentario globalizado se vuelve muy evidente. Más restricciones comerciales y de viaje podrían limitar la afluencia de alimentos importados, ya sea de otros países o de otras regiones dentro de un país en particular, con consecuencias devastadoras en el acceso a los alimentos, particularmente por sectores mas pobres. Esto es crítico para los países que importan más del 50% de los alimentos que consumen sus poblaciones. También el acceso a los alimentos es critico para las ciudades con más de 5 millones de personas que, para alimentar a sus ciudadanos, requieren importar no menos de 2 mil toneladas de alimentos por día, que viajan en promedio unos 1,000 kilómetros. Claramente este es un sistema alimentario altamente insostenible, fácilmente alterado por choques externos como desastres naturales o una pandemia.

Frente a tales tendencias globales, la agroecología ha ganado mucha atención en las últimas tres décadas como base para la transición a una agricultura que no solo proporcionaría a las familias rurales beneficios sociales, económicos y ambientales significativos, sino que también alimentaría a las masas urbanas de manera equitativa y sostenible. Existe una necesidad urgente de promover nuevos sistemas alimentarios locales para garantizar la producción de alimentos abundantes, saludables y asequibles para una creciente población humana urbanizada. Este desafío resultará difícil dados los escenarios previstos de una base de tierra cultivable cada vez más reducida, con petróleo costoso y de precios volátiles; suministros cada vez más limitados de agua y nitrógeno; y, en un momento de cambio climático extremo, tensiones sociales e incertidumbre económica.

No hay duda de que el mejor sistema agrícola que podrá hacer frente a los desafíos futuros es el que se basa en principios agroecológicos que exhiben altos niveles de diversidad y resiliencia al tiempo que ofrece rendimientos razonables y servicios ecosistémicos. La agroecología propone restaurar los paisajes que rodean las fincas, lo que enriquece la matriz ecológica y sus servicios como el control natural de plagas, la conservación de agua y suelo, etc., pero también crea “rompe-fuegos ecológicos” que pueden ayudar a evitar que se escapen patógenos de sus hábitats.

Se ha trabajado mucho para restaurar las capacidades de producción de los pequeños agricultores, promoviendo principios y prácticas agroecológicas que aumentan los rendimientos agrícolas tradicionales, pero también mejorando la agrobiodiversidad y sus efectos positivos asociados sobre la seguridad alimentaria y la integridad ambiental. Este trabajo es clave para la soberanía alimentaria de muchas comunidades, ya que los pequeños agricultores que controlan solo el 30% de la tierra cultivable mundial, producen entre el 50 y el 70% de los alimentos que se consumen en la mayoría de los países.

Consideraciones finales

La agroecología tiene el potencial de producir localmente gran parte de los alimentos necesarios para las comunidades rurales y urbanas, particularmente en un mundo amenazado por el cambio climático y otras disturbancias, como las pandemias de enfermedades. Lo que se necesita es apoyo para amplificar la agroecología con el fin de optimizar, restaurar y mejorar las capacidades productivas de los pequeños agricultores locales y urbanos. Para aprovechar ese potencial, las iniciativas agroecológicas locales exitosas deben difundirse ampliamente a través de estrategias pedagógicas de agricultor a agricultor, la creación de faros agroecológicos, la reactivación de los sistemas tradicionales y la reconfiguración de territorios enteros bajo gestión agroecológica. Para mejorar la viabilidad económica de tales esfuerzos, también deben desarrollarse oportunidades equitativas de mercado local y regional regidos por los principios de la economía solidaria. En este punto, el rol de los consumidores es clave si comprenden que comer es un acto ecológico y político, de modo que cuando apoyan a los agricultores locales, en lugar de la cadena alimentaria corporativa, crean sostenibilidad y resiliencia socio-ecológica. La transición de la agricultura mediante políticas gubernamentales llevará tiempo, pero cada uno de nosotros puede acelerar el proceso haciendo elecciones diarias para ayudar a los pequeños agricultores, el planeta y, en última instancia, nuestra propia salud.

La transición hacia la agroecología para una agricultura socialmente más justa, económicamente viable, ambientalmente sana y saludable será el resultado de la confluencia entre movimientos sociales rurales y urbanos, que en forma coordinada trabajan para la transformación radical de sistema alimentario globalizado que esta colapsando.

Es sabio en estos días reflexionar sobre el hecho de que los ecosistemas sostienen las economías (y la salud); las economías no sustentan los ecosistemas. COVID-19 nos recuerda que el tratamiento irrespetuoso de la naturaleza incluida la biodiversidad de plantas y animales tiene consecuencias, y cuando se ven perjudicadas, en última instancia, también lo son los humanos. Esperemos que esta crisis actual provocada por COVID-19 ayude a iluminar a la humanidad para sentar las bases de un mundo nuevo y de formas más suaves de interactuar con la naturaleza.

Fuente: http://cauceecologico.org/